En la actualidad, la autoestima, entendida como una realidad ética profunda, no pasa por un buen momento. Ella ha sido progresivamente desplazada por la heteroestima. ¿Qué es la heteroestima? Es la estimación, la apreciación que proviene desde fuera de la persona, pero que ella se la apropia irreflexivamente, quizá, por desconocimiento de sí misma. Dicho metafóricamente, la persona no se mira a sí misma con sus propios ojos; sino que lo hace con ojos ajenos, con los ojos del prójimo. Por cierto, se ve a sí misma como los demás la ven. No es una persona autónoma, de hecho, no es libre. Su existencia está subsidiada por el grupo que la acoge y la valora. No tiene existencia propia. Su identidad, al igual que la valía que se asigna a sí misma, es consecuencia de la opinión que los demás tienen de ella. Una persona así es sumamente sensible a los juicios ajenos. Puesto que su identidad y su valía están subsidiadas por el estatus que le asigna el grupo de referencia, cuando el grupo es cuestionado o atacado en sus valoraciones emblemáticas su reacción es extrema, porque es su existencia la que está en juego. Ella —es decir, su identidad y su valía— depende casi por completo de él. Ella existe gracias a él. Bien podría decirse que es nada sin él. Y es preferible tener una existencia subsidiada a ser nada
“Escriba joven sin miedo, que en Chile nadie lee.” ANDRÉS BELLO
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