Hay un pasaje conmovedor en un libro de Tolstoi, citado por Siri Hustvedt en La mujer que tiembla cuando evoca este sentimiento. Es un pasaje de la Muerte de Ivan Illich. En lo más profundo de su corazón, escribe Tolstoi, sabía que se estaba muriendo, pero no sólo no se estaba acostumbrando a la idea, sino que simplemente no podía entenderla. El silogismo que había aprendido -Cayo es un hombre, los hombres son mortales, así que Cayo es mortal- siempre le había parecido exacto cuando se le aplicó a Cayo. Pero, ¿qué significaba si había que aplicarlo a sí mismo? No era Cayo, no era una abstracción, sino un ser diferente de todos los demás. Había sido la pequeña Vania con una madre y un padre, con Mitya y Volodia, con juguetes y una enfermera, y más tarde con Katinka, y con todas las alegrías, sufrimientos, maravillas de la infancia, y luego con la juventud. ¿Qué podía saber Cayo sobre el olor de ese globo de cuero a rayas que tanto le gustaba a Vania? ¿Caius besó así la m
“Escriba joven sin miedo, que en Chile nadie lee.” ANDRÉS BELLO