La invención del microscopio a comienzos de siglo XVII había abierto una nueva dimensión en el campo de la biología, pero el instrumento no fue utilizado en todas sus posibilidades hasta el siglo XIX, cuando finalmente se solucionaron varios problemas técnicos del antiguo sistema de lentes. El nuevo microscopio perfeccionado engendró un nuevo campo de investigación —la microbiología— que reveló la riqueza y la complejidad insospechada de los organismos vivientes de dimensiones microscópicas. La investigación en este campo estuvo dominada por Louis Pasteur, cuyas penetrantes ideas y claras fórmulas tuvieron un impacto duradero en la química, la biología y la medicina de su época.
Utilizando ingeniosas técnicas experimentales, Pasteur logró explicar un problema que los biólogos habían discutido a lo largo del siglo XVIII: el problema del origen de la vida. Desde la antigüedad había existido la creencia generalizada de que la vida, al menos a un nivel inferior, podía surgir espontáneamente de la materia no viva. En los siglos XVII y XVIII se puso en tela de juicio esta idea, conocida por el nombre de «generación espontánea», pero el problema no fue resuelto hasta que Pasteur no hubo demostrado de manera concluyente, con una serie de experimentos claramente diseñados y rigurosos, que los microorganismos que se desarrollaban en una serie de condiciones favorables provenían de otros microorganismos. Fue Pasteur quien trajo a la luz la inmensa variedad del mundo orgánico a nivel microscópico. En particular, logró determinar la función de las bacterias en ciertos procesos químicos, por ejemplo en la fermentación, y con ello contribuyó a sentar las bases de una nueva ciencia: la bioquímica.
Después de veinte años realizando investigaciones sobre las bacterias, Pasteur se dedicó al estudio de las enfermedades de los animales y realizó otro significativo adelanto, al demostrar la correlación definitiva que existe entre los gérmenes y la enfermedad. A pesar de que este descubrimiento tuvo un tremendo impacto en el desarrollo de la medicina, muchas personas siguen teniendo una idea equivocada sobre la correlación de las bacterias y la enfermedad. La «teoría de los gérmenes» de Pasteur y su papel en la patología, interpretados de manera simplista, hizo que los investigadores biomédicos tendiesen a considerar las bacterias como la única causa de la enfermedad. Por consiguiente, la identificación de las bacterias y el objeto ilusorio de diseñar «balas mágicas» —medicinas que destruirían ciertas bacterias específicas sin dañar el resto del organismo se volvió una obsesión para los investigadores.
El enfoque reduccionista de las enfermedades eclipsó una teoría alternativa forjada unos años antes por Claude Bernard, médico a quien se suele considerar el fundador de la fisiología moderna. Si bien es cierto que Bernard, partidario del paradigma de su tiempo, veía los organismos vivientes como «una máquina que necesariamente funciona en virtud de las propiedades físico-químicas de sus elementos constituyentes»12, su visión de las funciones fisiológicas era mucho más sutil que la de sus contemporáneos. Bernard daba mucha importancia a la estrecha e íntima relación del organismo con su entorno, y fue el primero en reconocer la existencia de un milieu intérieur, un medio interno en el cual vivían los órganos y los tejidos del organismo. Bernard señaló que en un organismo sano, el milieu intérieur permanece esencialmente constante, aun cuando el entorno exterior fluctúe considerablemente. Este descubrimiento lo llevó a formular su famosa frase: «La constancia del entorno interno es una condición esencial para la existencia de una vida independiente13.
Las teorías de Claude Bernard, que ponían el equilibrio interno como condición para la salud, no pudieron contrarrestar la rápida aceptación del enfoque reduccionista de la enfermedad por parte de médicos y biólogos. La importancia de estas teorías no fue redescubierta hasta el siglo XX, cuando los investigadores se percataron de la crucial función cumplida por el entorno en los fenómenos biológicos. Hoy, el concepto de la constancia del entorno interno enunciado por Bernard ha sido elaborado y ha llevado a la importante noción de la homeostasis, término acuñado por el neurólogo Walter Cannon para describir la tendencia de un organismo viviente a mantener un estado de equilibrio interno14.
Utilizando ingeniosas técnicas experimentales, Pasteur logró explicar un problema que los biólogos habían discutido a lo largo del siglo XVIII: el problema del origen de la vida. Desde la antigüedad había existido la creencia generalizada de que la vida, al menos a un nivel inferior, podía surgir espontáneamente de la materia no viva. En los siglos XVII y XVIII se puso en tela de juicio esta idea, conocida por el nombre de «generación espontánea», pero el problema no fue resuelto hasta que Pasteur no hubo demostrado de manera concluyente, con una serie de experimentos claramente diseñados y rigurosos, que los microorganismos que se desarrollaban en una serie de condiciones favorables provenían de otros microorganismos. Fue Pasteur quien trajo a la luz la inmensa variedad del mundo orgánico a nivel microscópico. En particular, logró determinar la función de las bacterias en ciertos procesos químicos, por ejemplo en la fermentación, y con ello contribuyó a sentar las bases de una nueva ciencia: la bioquímica.
Después de veinte años realizando investigaciones sobre las bacterias, Pasteur se dedicó al estudio de las enfermedades de los animales y realizó otro significativo adelanto, al demostrar la correlación definitiva que existe entre los gérmenes y la enfermedad. A pesar de que este descubrimiento tuvo un tremendo impacto en el desarrollo de la medicina, muchas personas siguen teniendo una idea equivocada sobre la correlación de las bacterias y la enfermedad. La «teoría de los gérmenes» de Pasteur y su papel en la patología, interpretados de manera simplista, hizo que los investigadores biomédicos tendiesen a considerar las bacterias como la única causa de la enfermedad. Por consiguiente, la identificación de las bacterias y el objeto ilusorio de diseñar «balas mágicas» —medicinas que destruirían ciertas bacterias específicas sin dañar el resto del organismo se volvió una obsesión para los investigadores.
El enfoque reduccionista de las enfermedades eclipsó una teoría alternativa forjada unos años antes por Claude Bernard, médico a quien se suele considerar el fundador de la fisiología moderna. Si bien es cierto que Bernard, partidario del paradigma de su tiempo, veía los organismos vivientes como «una máquina que necesariamente funciona en virtud de las propiedades físico-químicas de sus elementos constituyentes»12, su visión de las funciones fisiológicas era mucho más sutil que la de sus contemporáneos. Bernard daba mucha importancia a la estrecha e íntima relación del organismo con su entorno, y fue el primero en reconocer la existencia de un milieu intérieur, un medio interno en el cual vivían los órganos y los tejidos del organismo. Bernard señaló que en un organismo sano, el milieu intérieur permanece esencialmente constante, aun cuando el entorno exterior fluctúe considerablemente. Este descubrimiento lo llevó a formular su famosa frase: «La constancia del entorno interno es una condición esencial para la existencia de una vida independiente13.
Las teorías de Claude Bernard, que ponían el equilibrio interno como condición para la salud, no pudieron contrarrestar la rápida aceptación del enfoque reduccionista de la enfermedad por parte de médicos y biólogos. La importancia de estas teorías no fue redescubierta hasta el siglo XX, cuando los investigadores se percataron de la crucial función cumplida por el entorno en los fenómenos biológicos. Hoy, el concepto de la constancia del entorno interno enunciado por Bernard ha sido elaborado y ha llevado a la importante noción de la homeostasis, término acuñado por el neurólogo Walter Cannon para describir la tendencia de un organismo viviente a mantener un estado de equilibrio interno14.
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