Tenía vertigo de ver debajo de mí, dentro de mí, como si tuviera leguas de altura.
Marcel Proust.
Estar vivo es estar hecho de memoria, dice Philip Roth.
Estamos hechos de memoria.
De la huella que queda en nosotros de lo que ha desaparecido.
Y parte de esa huella se remonta a los albores del tiempo.
Hace más de un siglo y medio, la revolución darwiniana nos reveló que compartimos una genealogía común con todo el mundo. Y lo que nos separa de otras especies vivientes es una sucesión de variaciones sobre lo que nos conecta con ellas: el parentesco. Lo que nos separa de otras especies vivientes son los grados de distancia en el tema del parentesco.
Somos parientes de pájaros y árboles, mariposas y flores. Y para comprender la extraordinaria diversidad de los seres vivos que nos rodean, y el lugar que ocupamos en esta inmensa diversidad, debemos sumergirnos en un pasado lejano que ha desaparecido, reconstruirlo, hacerlo emerger de nuevo, reinventarlo.
Llevamos dentro de nosotros, en nuestro cuerpo, innumerables huellas de la inmensa sucesión de antepasados que nos dieron a luz. Y algunas de estas huellas, las compartimos con todos los seres vivos que nos rodean hoy en día.
Pero esta memoria antigua es también la memoria de las innumerables huellas que han sido inscritas en nosotros por las metamorfosis que nos han ido alejando de nuestros antepasados, y de todos los demás miembros, cercanos o lejanos, de esta gran familia viviente a la que pertenecemos.
Desde sus orígenes, hace tres y medio a cuatro mil millones de años, el universo vivo no ha tenido
dejó de transformarse. Para reinventarse a sí mismos. En formas siempre nuevas.
Y la maravillosa historia del muy largo viaje de los vivos a través del tiempo es una historia hecha de innumerables extinciones, innumerables nacimientos, innumerables variaciones que continuamente sacan a la luz, la novedad y la diversidad.
Una historia hecha de vueltas a los orígenes y salidas hacia lo desconocido.
De fidelidad y separación.
Continuidad y discontinuidades.
Conservación y ruptura.
De la memoria y el olvido.
Entonces, un día, lo que llamamos conciencia surgió en los cuerpos de algunos de nuestros lejanos antepasados.
La pregunta de cómo se desarrollaron las capacidades mentales originalmente en los organismos más simples es tan inútil como preguntarse cómo apareció originalmente la vida misma, escribió Darwin en La Genealogía del Hombre. Estos son problemas para el futuro lejano, si es que alguna vez son resueltos por el hombre.
Pero cualquiera que sea su origen, una vez que la conciencia aparece, en algunos seres vivos, probablemente hace varios cientos de millones de años, la memoria cambia de naturaleza. La memoria, a partir de ahora, ya no es sólo este fragmento de pasado legado por nuestros ancestros, inscrito en nosotros, del que no sabíamos nada, hasta que la investigación científica comenzó a revelarnos partes enteras de ésta.
La memoria se convierte repentinamente en un nuevo poder - este extraño poder de convocar en nosotros - conscientemente, el pasado.
Para devolverle la vida.
Para zambullirse de nuevo en él, o para traerlo de vuelta.
Para revivirlo.
Estos últimos años no separados que regresan a nuestra conciencia, y en los que Proust se sumerge por todas partes en busca del tiempo perdido.
Y en el Tiempo Encontrado:
Este sonido de las pisadas de mis padres [....], este titilar [...] de la campanita [....], los oí de nuevo, los oí ellos mismos, situados, sin embargo, tan lejos en el pasado. […]
Para tratar de escuchar más de cerca, tuve que bajar dentro de mí mismo. Este titilar siempre estuvo ahí, y también, entre él y el momento presente, todo este pasado se develado indefinidamente que yo no sabía que portaba en mi. […]
La fecha en que oí el titilar de la campana en el jardín de Combray, tan lejano y a la vez tan interior, fue un hito en esta enorme dimensión que no sabía que tenía. Tenía miedo de ver debajo de mí, dentro de mí, como si tuviera leguas de altura, tantos años.
(traduccion propia)
El pasado no está muerto, dice William Faulkner
El pasado no está muerto, ni siquiera es pasado.
Porque sigue viviendo en nosotros.
Porque somos lo que se ha convertido.
Y sin embargo, siempre habrá una tierra extranjera para nosotros, dice Leslie Poles Hartley. Porque nos cambió. Porque nuestros recuerdos son tanto la huella, en nosotros, de lo que hemos experimentado, como el cambio que esta huella ha causado. Porque lo que hemos experimentado, lo que hemos aprendido nos ha cambiado.
En lo más profundo de nosotros.
Justo cuando empezamos a registrar en nuestra memoria un rastro de lo que hemos experimentado, algunas de las redes de células nerviosas que componen nuestro cerebro se transforman. Y así, de una manera aparentemente paradójica, es nuestra misma capacidad de ser otros, de transformarnos, sin siquiera sentirlo, mientras vivimos nuevas experiencias, lo que nos permite recordar lo que hemos vivido. Lo que no nos transforma no nos deja recuerdos. Y por esta razón, de una manera aparentemente extraña, si somos capaces de recordar lo que hemos experimentado, es porque ya no somos los mismos que cuando lo experimentamos.
Es porque nos hemos vuelto un otro.
El yo es un otro, dijo Rimbaud.
Cada memoria, cada recuerdo, es la prueba viviente de que me estoy volviendo constantemente un otro. Que nos volvemos constantemente otros.
Estamos hechos de memoria y olvido. Y esta parte del olvido -este olvido parcial de nuestras transformaciones permanentes- probablemente juega un papel importante en la preservación, a lo largo de nuestra existencia, de nuestro sentido de identidad y continuidad.
Las redes de células nerviosas que hoy nos permiten reconocer sin sorpresa nuestro rostro en el espejo han cambiado de una manera sutil, adaptándose gradualmente a los cambios que el paso del tiempo nos ha causado, dice Antonio Damasio.
Si sabemos reconocer nuestro rostro -que es de nosotros que se trata- es porque en parte, confusamente, hemos olvidado que nuestro rostro ha cambiado.
Cualquier recuerdo que emerge en nuestra conciencia emerge de una reconstrucción.
La memoria implica, a nivel cerebral, una verdadera operación de recomposición, basada en la movilización de trazas múltiples, discretas y fragmentadas, distribuidas en numerosas redes de células nerviosas dispersas por diferentes regiones de nuestro cerebro.
Y así, la memoria no es sólo la prueba viviente de que me estoy convirtiendo continuamente en otro, sino también de que estoy emergiendo constantemente de un nosotros.
Nuestra memoria está incrustada en nosotros en forma de fragmentos, parcelas, distribuidas en territorios lejanos.
Y algunos de estos pedazos de memoria a veces pueden reaparecer en fragmentos - revelando pedazos aislados de nuestro pasado distante:
Recuerdo dice Juan Gómez Capuz
Recuerdos de aquel tiempo
en el que no sabíamos casi nada
pero lo intuíamos casi todo;
cuando éramos nosotros
los que teníamos que buscar el oro.
Y no como ahora, tiempo ingrato,
en el que todo nos llega
con sólo apretar un botón. (…)
(…)Recuerdos de viejos descubrimientos:
los colores en la televisión
(¡gran novedad!)
las colores de tu gesto
(¡lejana pubertad!)
las calores del verano
(azul)
y los calores del infierno
(rojo) (…)
Pero la mayoría de las veces, nuestra memoria trae de vuelta al presente una parte entera de nuestro pasado, nosotros dando la impresión de revivir la experiencia como un todo, con su contexto, su significado, el significado que le atribuimos.
Y la mayoría de las veces, también, nuestra memoria nos devuelve intacta otra dimensión esencial de las experiencias que hemos vivido: el flujo del tiempo desde el presente hacia el futuro. No revivimos nuestros recuerdos como un fragmento de un pasado, desaparecido, perdido en la distancia, sino como un nuevo comienzo.
Hay un texto antiguo que restaura, en su lengua original, este sentimiento de extraña persistencia en el pasado de la efervescencia del futuro.
Está al principio de la Biblia.
En el Génesis.
El versículo es usualmente traducido como sigue del hebreo :
Y dijo Dios: Hágase la luz; y la luz se hizo.
Pero este no es el caso en el idioma original del texto. La traducción literal de este versículo estaría más cerca:
Y dira Dios: Sea la luz; y fue la luz.
Génesis 1:3-5 Reina-Valera 1960
El evento continúa proyectándose hacia el futuro.
Un futuro que ya ha ocurrido, desde hace mucho tiempo. Pero cuya historia aún mantiene viva la emergencia.
En nuestra memoria, la fuente está siempre presente. Lo que ha comenzado a emerger de nuevo.
Pero también sabemos que el futuro ya se ha cumplido. Y es en esta extraña conjugacion de la lengua española -el futuro compuesto- que nuestra memoria parece hablarnos.
Respira. Eso es todo para este post que es el numero 17 de una seguidilla titulada "Sobre los hombros de Darwin"
de los cuales les recuerdo que aquí encontrarán los siguientes posts:
http://lopropiodelhombre.blogspot.co.uk/search/label/darwin
O bien hay h=otros enlaces en la descripción, donde tienes absolutamente todos los enlaces a todo
Así que espero que te haya gustado este post, si te ha gustado ponle un pulgar hacia arriba
Si no te gustó, puedes pulgar hacia abajo, tienes el permiso.
No dudes en compartirlo, a escribir, en fin sobre todo no dejes de pensar, es lo más importante
Y hasta entonces, abrazos
Marcel Proust.
Estar vivo es estar hecho de memoria, dice Philip Roth.
Estamos hechos de memoria.
De la huella que queda en nosotros de lo que ha desaparecido.
Y parte de esa huella se remonta a los albores del tiempo.
Hace más de un siglo y medio, la revolución darwiniana nos reveló que compartimos una genealogía común con todo el mundo. Y lo que nos separa de otras especies vivientes es una sucesión de variaciones sobre lo que nos conecta con ellas: el parentesco. Lo que nos separa de otras especies vivientes son los grados de distancia en el tema del parentesco.
Somos parientes de pájaros y árboles, mariposas y flores. Y para comprender la extraordinaria diversidad de los seres vivos que nos rodean, y el lugar que ocupamos en esta inmensa diversidad, debemos sumergirnos en un pasado lejano que ha desaparecido, reconstruirlo, hacerlo emerger de nuevo, reinventarlo.
Llevamos dentro de nosotros, en nuestro cuerpo, innumerables huellas de la inmensa sucesión de antepasados que nos dieron a luz. Y algunas de estas huellas, las compartimos con todos los seres vivos que nos rodean hoy en día.
Pero esta memoria antigua es también la memoria de las innumerables huellas que han sido inscritas en nosotros por las metamorfosis que nos han ido alejando de nuestros antepasados, y de todos los demás miembros, cercanos o lejanos, de esta gran familia viviente a la que pertenecemos.
Desde sus orígenes, hace tres y medio a cuatro mil millones de años, el universo vivo no ha tenido
dejó de transformarse. Para reinventarse a sí mismos. En formas siempre nuevas.
Y la maravillosa historia del muy largo viaje de los vivos a través del tiempo es una historia hecha de innumerables extinciones, innumerables nacimientos, innumerables variaciones que continuamente sacan a la luz, la novedad y la diversidad.
Una historia hecha de vueltas a los orígenes y salidas hacia lo desconocido.
De fidelidad y separación.
Continuidad y discontinuidades.
Conservación y ruptura.
De la memoria y el olvido.
Entonces, un día, lo que llamamos conciencia surgió en los cuerpos de algunos de nuestros lejanos antepasados.
La pregunta de cómo se desarrollaron las capacidades mentales originalmente en los organismos más simples es tan inútil como preguntarse cómo apareció originalmente la vida misma, escribió Darwin en La Genealogía del Hombre. Estos son problemas para el futuro lejano, si es que alguna vez son resueltos por el hombre.
Pero cualquiera que sea su origen, una vez que la conciencia aparece, en algunos seres vivos, probablemente hace varios cientos de millones de años, la memoria cambia de naturaleza. La memoria, a partir de ahora, ya no es sólo este fragmento de pasado legado por nuestros ancestros, inscrito en nosotros, del que no sabíamos nada, hasta que la investigación científica comenzó a revelarnos partes enteras de ésta.
La memoria se convierte repentinamente en un nuevo poder - este extraño poder de convocar en nosotros - conscientemente, el pasado.
Para devolverle la vida.
Para zambullirse de nuevo en él, o para traerlo de vuelta.
Para revivirlo.
Estos últimos años no separados que regresan a nuestra conciencia, y en los que Proust se sumerge por todas partes en busca del tiempo perdido.
Y en el Tiempo Encontrado:
Este sonido de las pisadas de mis padres [....], este titilar [...] de la campanita [....], los oí de nuevo, los oí ellos mismos, situados, sin embargo, tan lejos en el pasado. […]
Para tratar de escuchar más de cerca, tuve que bajar dentro de mí mismo. Este titilar siempre estuvo ahí, y también, entre él y el momento presente, todo este pasado se develado indefinidamente que yo no sabía que portaba en mi. […]
La fecha en que oí el titilar de la campana en el jardín de Combray, tan lejano y a la vez tan interior, fue un hito en esta enorme dimensión que no sabía que tenía. Tenía miedo de ver debajo de mí, dentro de mí, como si tuviera leguas de altura, tantos años.
(traduccion propia)
El pasado no está muerto, dice William Faulkner
El pasado no está muerto, ni siquiera es pasado.
Porque sigue viviendo en nosotros.
Porque somos lo que se ha convertido.
Y sin embargo, siempre habrá una tierra extranjera para nosotros, dice Leslie Poles Hartley. Porque nos cambió. Porque nuestros recuerdos son tanto la huella, en nosotros, de lo que hemos experimentado, como el cambio que esta huella ha causado. Porque lo que hemos experimentado, lo que hemos aprendido nos ha cambiado.
En lo más profundo de nosotros.
Justo cuando empezamos a registrar en nuestra memoria un rastro de lo que hemos experimentado, algunas de las redes de células nerviosas que componen nuestro cerebro se transforman. Y así, de una manera aparentemente paradójica, es nuestra misma capacidad de ser otros, de transformarnos, sin siquiera sentirlo, mientras vivimos nuevas experiencias, lo que nos permite recordar lo que hemos vivido. Lo que no nos transforma no nos deja recuerdos. Y por esta razón, de una manera aparentemente extraña, si somos capaces de recordar lo que hemos experimentado, es porque ya no somos los mismos que cuando lo experimentamos.
Es porque nos hemos vuelto un otro.
El yo es un otro, dijo Rimbaud.
Cada memoria, cada recuerdo, es la prueba viviente de que me estoy volviendo constantemente un otro. Que nos volvemos constantemente otros.
Estamos hechos de memoria y olvido. Y esta parte del olvido -este olvido parcial de nuestras transformaciones permanentes- probablemente juega un papel importante en la preservación, a lo largo de nuestra existencia, de nuestro sentido de identidad y continuidad.
Las redes de células nerviosas que hoy nos permiten reconocer sin sorpresa nuestro rostro en el espejo han cambiado de una manera sutil, adaptándose gradualmente a los cambios que el paso del tiempo nos ha causado, dice Antonio Damasio.
Si sabemos reconocer nuestro rostro -que es de nosotros que se trata- es porque en parte, confusamente, hemos olvidado que nuestro rostro ha cambiado.
Cualquier recuerdo que emerge en nuestra conciencia emerge de una reconstrucción.
La memoria implica, a nivel cerebral, una verdadera operación de recomposición, basada en la movilización de trazas múltiples, discretas y fragmentadas, distribuidas en numerosas redes de células nerviosas dispersas por diferentes regiones de nuestro cerebro.
Y así, la memoria no es sólo la prueba viviente de que me estoy convirtiendo continuamente en otro, sino también de que estoy emergiendo constantemente de un nosotros.
Nuestra memoria está incrustada en nosotros en forma de fragmentos, parcelas, distribuidas en territorios lejanos.
Y algunos de estos pedazos de memoria a veces pueden reaparecer en fragmentos - revelando pedazos aislados de nuestro pasado distante:
Recuerdo dice Juan Gómez Capuz
Recuerdos de aquel tiempo
en el que no sabíamos casi nada
pero lo intuíamos casi todo;
cuando éramos nosotros
los que teníamos que buscar el oro.
Y no como ahora, tiempo ingrato,
en el que todo nos llega
con sólo apretar un botón. (…)
(…)Recuerdos de viejos descubrimientos:
los colores en la televisión
(¡gran novedad!)
las colores de tu gesto
(¡lejana pubertad!)
las calores del verano
(azul)
y los calores del infierno
(rojo) (…)
Pero la mayoría de las veces, nuestra memoria trae de vuelta al presente una parte entera de nuestro pasado, nosotros dando la impresión de revivir la experiencia como un todo, con su contexto, su significado, el significado que le atribuimos.
Y la mayoría de las veces, también, nuestra memoria nos devuelve intacta otra dimensión esencial de las experiencias que hemos vivido: el flujo del tiempo desde el presente hacia el futuro. No revivimos nuestros recuerdos como un fragmento de un pasado, desaparecido, perdido en la distancia, sino como un nuevo comienzo.
Hay un texto antiguo que restaura, en su lengua original, este sentimiento de extraña persistencia en el pasado de la efervescencia del futuro.
Está al principio de la Biblia.
En el Génesis.
El versículo es usualmente traducido como sigue del hebreo :
Y dijo Dios: Hágase la luz; y la luz se hizo.
Pero este no es el caso en el idioma original del texto. La traducción literal de este versículo estaría más cerca:
Y dira Dios: Sea la luz; y fue la luz.
Génesis 1:3-5 Reina-Valera 1960
El evento continúa proyectándose hacia el futuro.
Un futuro que ya ha ocurrido, desde hace mucho tiempo. Pero cuya historia aún mantiene viva la emergencia.
En nuestra memoria, la fuente está siempre presente. Lo que ha comenzado a emerger de nuevo.
Pero también sabemos que el futuro ya se ha cumplido. Y es en esta extraña conjugacion de la lengua española -el futuro compuesto- que nuestra memoria parece hablarnos.
Respira. Eso es todo para este post que es el numero 17 de una seguidilla titulada "Sobre los hombros de Darwin"
de los cuales les recuerdo que aquí encontrarán los siguientes posts:
http://lopropiodelhombre.blogspot.co.uk/search/label/darwin
O bien hay h=otros enlaces en la descripción, donde tienes absolutamente todos los enlaces a todo
Así que espero que te haya gustado este post, si te ha gustado ponle un pulgar hacia arriba
Si no te gustó, puedes pulgar hacia abajo, tienes el permiso.
No dudes en compartirlo, a escribir, en fin sobre todo no dejes de pensar, es lo más importante
Y hasta entonces, abrazos
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